El papá de Mariquita

Dennis Meléndez Howell
31 de diciembre de 2011

En todas las familias existen historias singulares que dan origen a dichos que adquieren un significado especial, aunque se circunscriba a un ámbito limitado. Uno de esos casos es la expresión que existía en mi familia, y creo que aún perdura entre muchos de los descendientes: “el papá de Mariquita”. Se le usa para describir a una persona torpe, alguien que, por querer arreglar o aclarar algo, termina empeorándolo o dejándolo inutilizable.

Un ejemplo que ilustra el significado de este apelativo es la siguiente historia. En los años 60, las grabadoras de cinta eran la máxima novedad electrónica. Mi hermano Henry, había comprado una grande, marca Sanyo. Un buen día, se le cayó la tapa y se quebró. Muy compungido por la desvalorización de aquel activo tan apreciado, empezó a buscar la manera de arreglarla. Era de un plástico duro al que el “pegalotodo” no le hacía mella. Entonces empezó a probar con diferentes tipos de productos químicos, incluyendo goma de zapatero, masilla para madera, pasta tapagoteras, y al final, lo que mejor le funcionó fue una pasta color café, tipo “form-a-gasket” que se encontró en alguna parte y cuyo uso le era desconocido. El primer arreglo no quedó nada mal, aunque un poco brusco. Probó lijarlo, y le mejoró, pero siempre daba la apariencia de un remiendo. En un afán de búsqueda de la perfección, probó someter la parte remendada al calor de la plantilla de la cocina. Al principio funcionó, pues al suavizar ligeramente la pasta parecía volverse maleable, y con buenas perspectivas para lijarla. Pero como no suavizaba lo suficiente, decidió exponerla directamente a una llama. De pronto, pasta y tapa levantaron fuego, al punto que casi causa un incendio. La tapa se dañó irremediablemente. Lo que parecía un buen arreglo, al principio, terminó siendo un montón de plástico chamuscado y retorcido. Decíamos entonces que, terminó haciendo las del “papá de Mariquita”.

El origen de este dicho familiar se remontaba a los años 50. Resulta que, como es usual en las casas de campo, en mi casa nunca podía faltar al menos una chayotera. De esta cucurbitácea se aprovecha casi todo: frutos, flores, quelites, raíz y hasta los tallos (que los chiquillos usábamos como cigarros). Al llegar el verano, se empieza a rajar el suelo, con hendiduras que empiezan muy tenues, cerca del tronco principal y en, determinadas partes, se abren de manera muy marcada, lo cual es una indicación de que la raíz ha engrosado suficientemente y acumulado suficientes carbohidratos. Es el momento y lugar para escarbar y, con mucho cuidado, extraer la raíz, tubérculo comestible muy apreciado. Pero si no se tiene pericia, puede causársele un daño irreparable a la chayotera.

Mi papá siempre se encargaba de extraer las raíces. Sin embargo, en determinado año, doña María, mi mamá, no quedó muy conforme con el trabajo que hizo, pues la mata estuvo a punto de secarse. El año siguiente, en ocasión de “una visita de enfermo” que doña Ángela, la mamá de una compañera de escuela de mi hermana Clemencia, llamada Mariquita, hizo a mi mamá, quien se había fracturado una pierna, surgió el tema de las raíces de chayote. Y precisamente el tiempo era llegado en que había que hacer esa tarea. La susodicha señora se esmeró en elogios hacia su esposo, quien, según ella, era el mayor experto sobre la tierra en  sacar raíces. Tal fue la impresión que, desde ese momento doña María sentenció que nadie debía intentar hacer ese trabajo, pues había que dejárselo a los expertos. Así fue como se contrató al papá de Mariquita.

El lunes siguiente, muy temprano, llegó el papá de Mariquita, provisto de pala, pico y macana, listo para enfrentar el reto. Localizó las fracturas del terreno y empezó a escarbar. Hizo un escarbadero por todo el patio pero las raíces que encontraba estaban aún inmaduras. Cuando dio con una suficientemente madura, con la mayor torpeza, la atravesó con la macana y la hizo mil pedazos. Y así hizo con otras tres. Si acaso, logró sacar una de medio verse. Al final, el patio quedó en un puro tierrero lleno de huecos por todo lado. Pero lo peor de todo, es que la mata de chayote, se secó irremediablemente. ¡Qué tal destreza la del experto fulano! Y como flor en el ojal, hubo que pagarle más del doble de lo que hubiese costado ir a la verdulería a comprar una raíz de primera calidad.

Desde entonces, a nivel familiar, el término “papá de Mariquita” pasó a ser símbolo de ineptitud para cualquier labor.

Todos hemos tenido la experiencia, especialmente cuando se trata de contratar obreros para que hagan trabajos en la casa, de encontrarnos con papás de Mariquita, pues pareciera que estudian para eso. Incluso, se ve a nivel profesional y, en Latinoamérica abundan presidentes que son verdaderos papá de Mariquita.

¿Cuántos conoce usted?

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  1. #1 por olman lopez el 6 enero, 2012 - 6:01 PM

    Sr. Meléndez, ¡muy bueno!. Mire, en mi familia decimos: «llamen a tia Pina». Ya le contaré en mi día libre. Jajajaja. Dios te bendiga. Le prometo que el miércoles le cuento.

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