La julia

                                                                                                                                                                                                         Dennis Meléndez
                                                                                                                                         27 de agosto de 2011

Cuento esta historia tal como la he logrado reconstruir, a partir de retazos, entrevistando varias personas, algunas de las que dicen haber sido testigos de los hechos. El objetivo es desvirtuar la hipótesis de que el término “la julia” es costarricense.

Corrían los primeros años de la década de 1940, cuando don Luis Corella, afanoso emprendedor josefino, fue autorizado a operar una línea de autobuses entre el centro de San José y el sector de Plaza González Víquez, en el sureste de la capital. Aún la calle, que salía desde la Maternidad Carit hasta dicha plaza, era de piedra de canto rodado, por demás incómoda para transitar a pie o en cualquier vehículo.

Al frente de ese centro médico quedaba el Almacén La Garantía, principal centro de abasto para los habitantes de la parte sur de la capital, y a unos doscientos metros, casi en frente de la Escuela Ricardo Jiménez, estaba el rastro o matadero municipal, en donde se sacrificaban las reses para el abastecimiento de carne del mercado josefino. Detrás del matadero y en la colina que caía hacia el río María Aguilar estaba el crematorio, que era el botadero de la basura que recibía los desechos de toda la capital.

Un poco más allá, y antes de las instalaciones del Ministerio de Transportes, que ocupaba parte del edificio del Liceo de Costa Rica, había un gran lote baldío que llegaba, hacia el norte,  hasta la línea del tren y hacia el oeste casi hasta la calle central. Al frente de la línea había un aserradero, por lo que toda el área circundante se utilizaba para depositar las tucas que el tren traía para ese aserradero.

En este entorno, aprovechando el servicio de camiones que cruzaba por esa ruta, fue donde nació uno de los salones de baile más famosos de la capital, el cual fue bautizado por su propietario, un señor de apellido Salas a quien llamaban veintiuno, como Salón Broadway. Sin embargo, la gente lo empezó a llamar El Magirus, porque esa era la marca de los autobuses que había que coger para ir al sitio, desde el centro de la ciudad.  Sus administradores siempre se preocuparon por mantener, primero un buen tocadiscos y luego una rockola bien actualizada. Por las tardes de sábado y domingo, y algunas veces entre semana, se contrataba algún conjunto musical de la época, en donde en ocasiones especiales se presentaban grupos famosos como  la orquesta Solís, la orquesta Maribel y, hasta de vez en cuando, el afamado grupo de Lubín Barahona.

Ese salón adquirió mucho renombre como sitio de entretenimiento de la capital y era muy frecuentado, especialmente por los vecinos de los barrios circundantes, como San Cayetano, Barrio La Cruz y Plaza Víquez. Desde luego que también atraía gran cantidad de parroquianos de los barrios del Sur, desde Desamparados, Paso Ancho, San Sebastián, Sagrada Familia y Alajuelita.

Era tradición que en las tardes de domingo se organizaran concursos de baile, dominados por ritmos como el mambo, el merengue, el chachachá, la guaracha.

Una joven de unos 20 años, llamada Leticia, originaria de Luna Park, empezó a descollar como notable bailarina. Tenía algo de sangre negra y por lo tanto, aunque no tenía cara con facciones refinadas sí tenía otros atributos sobresalientes. La forma en que se movía, empezó a provocar todo tipo de comentarios. Fue tal su fama, que los dueños del establecimiento la contrataron para que hiciera una especie de show, para lo cual se le despejaba la pista por lo menos en un par de ocasiones en cada velada.  Por su forma de moverse, a Leticia la empezaron a llamar de diversas maneras. Por un tiempo la llamaron “La batidora”, nombre que no tardó en atribuírsele al propio salón. Tan numerosa clientela, en un salón de madera, con piso sobre basas, moviéndose a los alegres ritmos de la época, hacían que todo el edificio se moviera al compás.  Así es que el apelativo de batidora no le venía mal.

En determinado momento, en uno de aquellos días, mientras un grupo de amigos se solazaban viéndola bailar, uno de ellos comentó: “ese pollo se mueve más que la julia”.

Y es que, a principios de los años 40, llegaron al país las primeras patrullas destinadas al transporte de reos, viejas camionetas “International” cerradas, pintadas de blanco y negro, que sustituyeron a los coches tirados por caballos que hasta entonces se usaban para ese fin. Por influencia de las películas mexicanas, muy populares entonces, a ese tipo de patrulla se le llamó “la julia”. Y es que en México se llamaban así, aparentemente por una adaptación del término cubano “jura o gura”, con que se designaba a la policía. Según Arturo Ortega Morán, citando al investigador cubano Fernando Ortiz, nos dice que esta voz fue llevada a Cuba por los negros andaluces que llegaron a la Isla en gran cantidad.

No es difícil imaginar cómo se movían esos vehículos cuando transitaban por las calles de piedra de canto rodado, seguramente sin sistemas de compensación y con poco mantenimiento. Peor aún si se considera que parte de la clientela habitual de esos vehículos eran borrachos, que recogían para llevarlos a “la chichera”.  La sensación que debían sentir esos pobres allí apretujados seguramente era insufrible.

El apelativo de “la julia” pasó a ser el nombre artístico de esta connotada bailarina. Así como corría su fama, corrían los comentarios morbosos de la clientela, primero sobre su forma de moverse, luego sobre sus costumbres. Algunos decían que por buen dinero era posible comprar sus servicios como dama de compañía, lo cual, si bien me lo han mencionado, nadie dice haber tenido pruebas fehacientes de que así fuera. Pero sí se dice que su fama cundió de tal manera que empezó a ser solicitada por connotados personajes de la sociedad y de la política de aquellos años.

Nadie sabe cómo ocurrió, pero un día de tantos La Julia desapareció. Su familia empezó a indagar su paradero, sin ningún resultado. Las autoridades mostraron poco o ningún interés en indagar su suerte. La última vez que se la vio fue en el momento en que era recogida por el chofer de un conocido e influyente cafetalero. Algunos decían que se la había llevado para el extranjero. Otros que se la había llevado para San Ramón, a una de sus fincas. Y no faltó quien supuso que había sido contagiada de sífilis y hasta que había muerto. Nunca se pudo comprobar qué se hizo, pero cuenta la leyenda que varios meses después, alguien dijo haber visto en la morgue del San Juan de Dios a una mujer que podría ser ella, y que, aparentemente, había muerto brutalmente agredida, pues su cara estaba desfigurada. El parte médico solo decía “nn, causa de muerte: golpe en la cabeza, aparentemente producido por una caída”.

Si ese fue el triste final de La Julia nadie lo sabe. Pero el Magirus o la batidora, no volvió a ser el mismo. Poco a poco fue decayendo y se convirtió en un sitio de baja reputación. Pero, a partir de este recinto se originaron otros dos términos que formaron parte de la idiosincrasia de las juventudes ticas de los años cincuenta y sesenta: las tucas y el matadero. Pero estos los dejamos para otra ocasión.

Lo que sí es importante aclarar es que la leyenda de que llamar la julia al carro de policía, no es de origen local. Algunas historias dicen que el nombre verdadero de la bailarina era julia y por la forma en que se movía, fue denominado así el carro policiaco. Según lo narrado, fue más bien, al revés.

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  1. #1 por olman lopez el 28 agosto, 2011 - 4:55 PM

    Hola mi amigo, Dios te colme de bendiciones. ¡Qué buen documental! Estoy a la espera de que publiques el documental de las brujas de Escazú. ¡Sip, por fa? Chao y que Dios está contigo, Sr. Meléndez.

    • #2 por Dennis Meléndez Howell el 30 agosto, 2011 - 9:29 AM

      Estoy buscando un poco más de datos para estar seguro de no meter la pata. Tengo pendiente una entrevista con una persona que conoce más detalles al respecto.

  2. #3 por olman lopez el 30 agosto, 2011 - 2:40 PM

    Hola. Qué bueno, Sr. Meléndez. Espero que todo te salga bien. Chao y Gracias.

  3. #4 por Alberto Meléndez el 31 agosto, 2011 - 7:27 AM

    Está bien interesante el cuento, la verdad no conocía el término «la julia», quizá lo habría escuchado alguna vez….

    • #5 por Dennis Meléndez Howell el 1 septiembre, 2011 - 11:44 AM

      Es muy problable que los jóvenes no conozcan el término pues cayó en desuso prácticamente desde principios de los años 60.

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