La moderna comedia de la burocracia tica

MITOS Y MITOLOGÍAS I «Todo aquel que cruce por esta puerta pierda toda esperanza, o algo así…)

Dennis Meléndez H.

Circulación en Internet, julio de1998

InfiernoProbablemente esta sentencia fue la que más impresionó, cuando por esas cosas inexplicables de los programas de estudio en Costa Rica me correspondió leer La Divina Comedia, de Dante Allighieri:

“Por mi se va a la ciudad del llanto ; por mi se va al eterno dolor; por mi se va hasta la raza condenada. La justicia animó a mi sublime arquitecto; me hizo la divina potestad, la suprema sabiduría y el primer amor. Anteriormente a mí, no hubo nada creado, a excepción de lo eterno, y yo duro eternamente. iOh, vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza! (Canto III) Todavía en esos tiempos creía que existía eso que genéricamente se llamaba «el temor de Dios». Tenía por garantizada la Justicia. Los malos estaban condenados al infierno, a la ciudad del llanto, no sin antes recibir el castigo que la sociedad les debía imponer.¡Y qué terrible era pensar en el castigo eterno!  Atrás habían quedado los tiempos tenebrosos del «yo pecador»; del «¿para qué estamos en este mundo?»; de los pecados capitales y veniales; de cuando era prohibido masturbarse, o meterse a robar pitangas donde Beto; de visitar a los enfermos, vestir al desnudo y dar de comer al hambriento. De no comer carne los viernes, y repetir sin entender «Oh Dios, aléjame de la lujuria», o el no desear la mujer de tu prójimo. Del ángel de la guarda, la estrella de la mañana y la salud de los enfermos.

A los siete años cargaba la terrible culpa de que pudiese haber fornicado sin darme cuenta. El problema era que si no lo confesaba incurría en sacrilegio. Porque eso sí, había que confesarse con «el padre gordo de anteojos» en el Seminario, esa era la recomendación de Víctor Hugo,porque además de que no regañaba, regalaba unos confites grandotes.

¡Cuántas culpas se cargaban en la conciencia! Pero aún en nuestra adolescencia teníamos la convicción de que Dios era justo, y como la gente lo sabía, entonces no era mala, ni tenía dobles intenciones, ni quería dañar a nadie, excepto desde luego, los «malos». Pero esos eran una raza diferente, tenían barbas largas, se vestían mal y cantaban canciones mejicanas. Con sólo alejarse de ellos se era salvo. Con todo, muy en nuestros adentros nos sentíamos pecadores, pero ¡y qué!, si tres avemarías y un padre nuestro nos limpiaba o con sólo un buen “señormiójesucristo” bien rezado antes de morir se borraba todo, como nos repetía después de cada rosario, contenido completo de la clase semanal, la maestra de religión en la escuela Argentina, especialmente cuando admiraba a Jerzan, el compañero evangélico, cuya inexorable condena por no ser católico le parecía un verdadero desperdicio…

Dante AlighieriYa cuando nuestros temores se iban asentando, tenía que venir  ¡Dante!: «ni la oscuridad del infierno, ni la de la noche privada de todo planeta, bajo escaso horizonte por más cubierto que esté de nuestros nubarrones, pusieron tan denso velo ante mi vista” (canto XVI).

Por momentos sentí que crucé la puerta y me resigné a “perder toda esperanza”. Así lo sentenciaba el padre Tosso (al cual el negro Chacón llamaba estornudo), quien con su inquebrantable formalismo, poco motivador, nos removía nuestros más ocultos temores, y nos insistía hasta el cansancio en lo perjudicial de la masturbación. Como un oasis intelectual, el  Padre Freddy con sus interesantes pláticas nos ponía a pensar en los problemas mundiales pero, aún así, era reacio a rompernos los ancestrales esquemas mentales heredados de nuestra formación religiosa, y claro por ahí se apareció como salido de algún resquicio, el Padre Luna, el de la motocicleta, con su vocabulario digno de los mejores burdeles de San José.

Pero poco a poco la vida me fue enseñando que la maldad no lo era tanta, ni la bondad tan pródiga. Con todo y que perdí algo que nunca tuve tan claro, eso que tan solemnemente llamaban fe, especialmente desde que dejé de pedirle a Dios que no me dejara perderla, empecé a no sentirme tan malo, lo cual paradójicamente no podía sentir cuando creía tenerla, puesto que eso era «vanidad» y había que ser humilde y sentirse pecador, y darse de azotes, y confesar lo que no había hecho: «La forma y la materia puras salieron juntas con una existencia sin mancha, como salen tres flechas impulsadas por un arco de tres cuerdas» (Canto XXIX).

Mundo, demonio y carne ya no eran los enemigos del alma, y entonces empecé a sentirme humano, a ver lo defectuoso que era sin que me importara tanto, ya no aplicaba la templanza contra la gula, ni la caridad contra la envidia. Entonces empecé a entender a los demás, pues de repente me sentí igual a ellos y en ocasiones aún menos que ellos.

Pero empecé a comprender que no, la Justicia no está garantizada. Los que actúan bien no siempre son premiados, ni los que actúan mal, castigados. Los que roban no siempre son pobres. Hacer el bien no siempre es apreciado, ni hacer el mal desdeñado.

Empecé a cuestionarme si efectivamente el axioma de mi vida de que yo siempre estaba al lado de los buenos era correcto. Me di cuenta de que el cura no es bueno por ser cura ni el ateo es insensible al dolor ajeno. Que las monjas me engañaron impunemente cuando yo era niño y me traicionaron negándome las 150 melcochas que legalmente me había ganado ¡Y me sentí tan torpe de entender todo eso tan tarde!, cuando ya Darío lo había escrito hacía más de cien años:

«Mas empecé a ver que en todas las casas

 estaban la envidia, la saña, la ira,

y en todos los rostros ardían las brasas

de odio, injuria, infamia y mentira.

Hermanos a hermanos hacían la guerra,

perdían los débiles, ganaban los malos,

hembra y macho eran como perro y perra,

 y un buen día todos me dieron de palos

…..

y entre mis entrañas revivió la fiera,

 y me sentí lobo malo de repente,

mas siempre mejor que esa mala gente.

Y recomencé a luchar aquí,

a me defender y a me alimentar,

como el oso hace, como el jabalí,

 que para vivir tiene que matar

y me sentí lobo malo de repente…

(Rubén Darío: Los motivos del lobo)

En fin, Siglo XX, cambalache… ¡estuvo ahí todo el tiempo!

Y en nuestra inocencia desconocíamos lo que pasaba en derredor. Finalmente comprendí que diezmo, misa, comunión o golpes de pecho no me hacían ni mejor ni peor de lo que soy. ¡Hace tantos años que deambulo sin esos aperos del alma!  Algunos los usan, quizás, para alivianar sus conciencias cargadas de odio, rencor y maldad. Cuando estuve en la administración pública conocí algunos lobos con piel de oveja que tenían una inmensa sabiduría para conspirar, traicionar y adular, pero se dejaban ver, indefectiblemente, comulgar todos los domingos. Con todo y lo que he vivido, me miro en el espejo de la vida y no me siento tan malo, aunque probablemente lo sea: «eso de ser bueno o cínico o amargado depende muchas veces de la posibilidad de tener donde bañarse, de que no lo miren a uno sin recelos, de que no lo gritoneen ni lo amenacen con llamar a la policía...(Joaquín Gutiérrez. La hoja de aire, p. 43).

Quizás no esté lejos el día en que estaré en el vestíbulo de las nueve puertas, y tendré que entrar por alguna de ellas, y perder toda esperanza… Para entonces mi mayor castigo será compartir mi torbellino de oscura eternidad con algunos de esos gazmoños, que mientras visten su imagen de santurronería, desnudan su alma con perjurios, conspiraciones y conjuros de falsa rectitud. Pero por ahora, me quedan los recuerdos de mi infancia, de mi aislamiento en la escuela primaria, de mis amores y disfrutes de adolescencia y de mis azarosos días de estudiante universitario, que con todo y su dureza, fueron los que terminaron de forjar mi vida, me hicieron y dieron lo bueno y lo malo que soy ahora. Ahora que empiezo mi rodada hacia la senectud, me quedan mi esposa, mis hijos, mi familia y mis amigos, quienes me infunden los motivos para querer vivir.  A todos aquellos que me aprecian o guardan algún agradable recuerdo mío, mi eterna gratitud.

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